Esa línea roja suspendida en el aire

Crítica de El hijo. Creación, iluminación e interpretación: Daniel Abreu. Acompañamiento a la dramaturgia: Janet Novás y Marina Wainer. Música: Collage. Elementos escénicos: Las practicables. Vestuario: Leo Martínez. Proyección: David Benito. Iluminadora: Irene Cantero. Teatros del Canal (Madrid). 38º Festival de Otoño. 24 de noviembre de 2020. Estreno absoluto.

El bailarín y coreógrafo Daniel Abreu en El hijo. © marcosGpunto

Los espectáculos del bailarín y coreógrafo Daniel Abreu, más de cuarenta hasta la fecha desarrollados en un par de décadas de trayectoria, se vienen posicionando con una clarividencia muy propia en la actualidad de la danza; como auténticas travesías poéticas de exquisito simbolismo, que labran una identidad, la de este creador, moldeada en la autenticidad de un imaginario y de un lenguaje interpretativo, riguroso y particular, desafectado y noble. El hijo, último trabajo estrenado en el Festival de Otoño de Madrid, es paradigma de ese universo lírico y terrenal, como las dos caras de una misma cosa, que salvaguardan su identificativo discurso. Tanto en lo escenográfico como en lo interpretativo son reconocibles en esta obra elementos del lenguaje del coreógrafo, sin embargo, también a estos dos mismos niveles, parece haber cruzado Abreu una esquina más, haber trazado un nuevo pliegue en la investigación coreográfica en la que vive desde sus inicios.

Adheridos a la rigurosa y fluida técnica con la que Daniel Abreu se manifiesta, se detectan nuevos gestos y volúmenes en lo corporal y el bailarín, solo en escena (y acompañado al mismo tiempo de sus sombras, que pueden ser pasado y futuro, otros hijos, otras), recorre con entrega e introspección, siempre compartida, estados e imágenes alrededor del concepto de descendiente. Desciende este hijo de un padre y una madre, pero también del origen de todo, de lo primitivo y ritual, de la naturaleza, la madera, los ancestros e incluso una herida, esa línea roja suspendida en el aire. La luz, en diálogo constante con la presencia del creador, es también narración fundamental en este montaje y llega a componer unidades de significado de excepcional hondura y belleza. Junto a la composición musical, a ese ritmo tan orgánico que envuelve el montaje y otorga continuidad desde el inicio hasta el final (ese final), y junto al propio Abreu, El hijo se presenta como uno de esos trabajos diferenciadores, que perduran en la memoria con el empaque de un talento y oficio del todo distintivos.